enero 23, 2017

PEMEX & CFE QUIEREN SER NEGOCIO

Tras la reforma energética, los monopolios pasaron a llamarse empresas productivas del Estado. Ahora, en un contexto de apertura a la competencia, pretenden alcanzar un gran objetivo: ser rentables.

CIUDAD DE MÉXICO -
Un monopolio jamás debería caer en pérdidas. Sin embargo, tanto la Comisión Federal de Electricidad (CFE) como Pemex, monopolios de facto, tienen pérdidas millonarias y no aspiran a superarlas en el corto plazo.

En la primera edición de 2017, la revista Expansión entrevistó a los directores generales de las dos compañías sobre sus retos y sobre cómo van a llevar las empresas a la rentabilidad. Y a partir de ahí, hacia un crecimiento para competir por el liderazgo en sus sectores en el mundo.

Para José Antonio González Anaya, director general de Pemex, el primer paso hacia esta meta se refleja en Trion, su primera alianza con otra firma privada para explotar, en conjunto, un campo en los más de 75 años de historia de la petrolera.

“Es un proyecto de 11,000 millones de dólares (de inversión prevista total a lo largo de los años) en el cual Pemex le va a poner realmente una cantidad pequeña”, detalla.

Por su parte, Jaime Hernández, director general de la CFE, también tiene un referente sobre la metamorfosis que ha sufrido la compañía eléctrica. A inicios de 2015, la empresa no logró adjudicarse ningún proyecto dentro de la primera subasta de largo plazo, cuando se licitaron contratos para generar electricidad a través de tecnologías limpias. Pese al descalabro, volvió a competir en la segunda subasta de largo plazo de septiembre de 2016, y ganó los dos proyectos con los que participó.

“¿Qué pasó entre esos dos momentos? Negociamos el pasivo laboral, redujimos los costos y nos volvimos más competitivos”, relata.

Este escenario es prometedor para dos empresas que se encuentran en una situación inadmisible para cualquier compañía privada, que se ha vuelto parte de la normalidad nacional. Si situación no puede atribuirse, exclusivamente, a la caída de los precios del petróleo y de la energía, que golpeó, de igual manera, a las petroleras internacionales que siguen con utilidades saludables.

La culpa, frente a las críticas más populistas, tampoco es exclusiva de la corrupción o de sindicatos inmovilistas. Aunque estos factores son parte del problema, no son sino síntomas de algo más profundo: ambas empresas estuvieron sometidas, desde su fundación, a demandas simultáneas de cumplimiento materialmente imposible.

Pemex y la CFE debían crear empleo de calidad, promover la industria, financiar el presupuesto de la nación, aliviar la pobreza, garantizar el abasto y proteger el medio ambiente. Incluso, financiar al partido en el poder.

Sin estas exigencias, la meta deseable es que, en unos años, Pemex y la CFE sean compañías autónomas, con criterios de gestión centrados en la productividad y el crecimiento en sus flujos, libres de riesgos políticos. Que puedan, incluso, acudir al mercado para capitalizarse, algo que detonaría nuestro mercado bursátil.

Pero eso es un sueño lejano. Por ahora, es el momento de perseguir la rentabilidad de las dos empresas que algún día fueron monopolios.

Fuente: Expansion 

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